Cada 3 de febrero se celebra el Día de San Blas, venerado tradicionalmente como «abogado contra los males de garganta» ya que uno de los milagros que se le atribuyen es la curación de un niño al que se le clavó una espina de pescado en la garganta, es patrón de los otorrinos, de Paraguay, de la ciudad de Dubrovnik y de algunas ciudades españolas, colombianas, costarricenses, cubanas e italianas.
El nombre de Blas tiene su origen en la palabra latina “blaesus” que a su vez es un préstamo del griego “blaisos” que significa “tartamudo”. San Blas, también conocido como Blas de Sebaste (actualmente ciudad turca de Sivas) fue un médico, obispo y uno de los catorce santos auxiliadores de la Iglesia Católica. Nació en medio de una familia acaudalada y de padres nobles que lo educaron cristianamente y se consagró como obispo por aclamación popular, cuando todavía era joven.
En el siglo IV, en época del emperador romano Licinio y durante la última persecución romana contra los cristianos llevada a cabo por el gobernador de la Capadocia, San Blas se retiró al monte Argeus (hoy Monte Erciyes en Turquía). Allí llevó una vida eremítica en una cueva hasta que fue apresado, obligado sin éxito a apostatar, martirizado y ejecutado por decapitación en el año 316 d.C. Su cuerpo fue enterrado en la Catedral de Sebaste, y parte de sus restos fueron trasladados por mar hasta Roma en el año 732. Durante la travesía una tormenta desvió la embarcación donde iba la urna de mármol con sus restos y llegó a la costa de Maratea en Italia, en cuya Basílica se encuentran parte de sus restos. Cabe destacar que muchas iglesias afirman disponer de una reliquia del santo como es el caso de nuestra Colegiata.
Desde su muerte, su culto se extendió por todo Oriente y más tarde por Occidente, llegando a existir hasta 35 iglesias en Roma bajo su advocación, en su representación se usan un cerdo, cirios entrecruzados (ya que su fiesta es el día después de la Candelaria) un cuerno, una mitra o un rastrillo de cardar con el que fue martirizado.
En Olivares es tradición celebrar el día de San Blas con una misa en su honor, celebración religiosa con origen en la devoción al santo promovida por el Conde Duque de Olivares y su esposa.
Corría el año 1617, cuando D. Gaspar de Guzmán y Doña Inés de Zúñiga y Velasco se encomendaron a San Blas para que intercediera en la sanación de su hija María de Guzmán, aquejada por un enfermedad grave de garganta, que no encontraba cura en la medicina. Al obtener la total recuperación de su hija y agradecidos al santo, el Conde Duque recogió en los Estatutos de la Colegiata de 1626, la institución de un día de fiesta religiosa en honor a San Blas, con la celebración de una misa y la bendición de panes.
Para dejar constancia de tal hecho milagroso, el Conde Duque también mandó pintar un cuadro que dejase constancia de tal milagro obrado sobre su hija, pintura que podemos admirar actualmente en la capilla Sacramental de la Colegiata, llamado “La Bendición de San Blas”.

La Bendición de San Blas
En dicho cuadro, de grandes dimensiones y de factura anónima, podemos distinguir en primer plano a tres figuras. Por una parte, encontramos al santo, representado con los atributos propios de un obispo, ataviado con capa pluvial ricamente ornamentada con bordados y piedras preciosas, que se encuentra bendiciendo con su mano derecha a dos mujeres orantes, estas dos mujeres, que se encuentran a los pies del santo, y que podemos identificar con María de Guzmán y Zúñiga, hija del Conde Duque y la que posiblemente sea la aya de la joven María, a juzgar por su vestimenta más sobria.
En un segundo plano y en la zona superior derecha podemos contemplar la representación de la muerte por decapitación de San Blas a manos de soldados romanos. Y ya en la parte superior izquierda un escudo en dos cuarteles con las armas de las Casas de Olivares y Zúñiga sostenido por un ángel, que nos viene a indicar quien encargó realizar la obra.
Cabe destacar también la reliquia de San Blas que se conserva en la Colegiata, concretamente en un relicario con forma piramidal. Los restos del santo se encuentran en la 5ª grada desde la base y en el compartimento más a la derecha.

Reliquia de San Blas que se conserva en la Colegiata
Actualmente, la celebración del día de San Blas con más de 4oo años, ha llegado hasta nuestros días con la misma fuerza con la que se instituyó en el siglo XVII. A la misa en honor al santo que se celebra en la Colegiata, acuden familias con niños y niñas que llevan en sus brazos cestas llenas de panes y roscos picados y palomas hechas de masa de pan, elaborados en las panaderías del pueblo. Las cestas suelen ir adornadas con lazos de vivos colores: blanco y rojo, representativos del santo y amarillos y azules, colores de la bandera del pueblo. Estas piezas de pan son bendecidas durante la misa y son consumidas para evitar las afecciones de garganta.

San Blas
Como curiosidad podemos destacar que la representación de las palomas hechas con masa de pan tiene una relación directa con la fiesta de la Candelaria o de la Luz, en la que se celebra la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén y la purificación de la Virgen tras el parto que se celebra el 2 de febrero. Para encontrar la explicación debemos acudir al Evangelio de Lucas que recoge las indicaciones de la ley mosaica o ley de Moisés:
“Cuando se cumplieron los días (40 desde el nacimiento de Jesús, el 25 de diciembre) en que debían purificarse, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor. Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor” (Lc. 2, 22-24).